Traficantes, Consumidores y Protectores: haciendo frente a las disparidades de género en el comercio ilegal de vida silvestre

Esta pieza fue originalmente publicada por ReVista Harvard Review of Latin America

Un silencio se apoderó de la abarrotada sala mientras esperábamos los resultados de la votación: meses de planeación y una semana de negociaciones frenéticas habían concluido.

Aquí, en la Ciudad de Panamá, en la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés), las naciones miembros tenían una opción: podrían aprobar una propuesta que finalmente les exigiera reconocer el papel que juega el género en el comercio ilegal de vida silvestre y en sus esfuerzos para frenarlo; o podrían continuar como lo han hecho durante el último medio siglo, tratando de derribar esta multimillonaria industria global con una mano efectivamente atada a la espalda.

Ese momento parecía intencionalmente diseñado para ponerme más nerviosa de lo que ya estaba. Las naciones miembros habían insistido en tener una votación a puerta cerrada. El recuento final se revelaría en una pantalla gigante, más apropiada para un partido de fútbol que para una reunión de representantes de todo el mundo.

Mis colegas y yo nos tomamos de la mano, al borde de las lágrimas. Como Líder del Centro de Delitos contra la Vida Silvestre para América Latina en World Wildlife Fund (WWF), claramente tenía un interés profesional por lo que estaba a punto de suceder. Pero como madre, el resultado también lo sentí profundamente personal.

Para entender por qué, necesito contar desde el inicio de mi propio viaje hasta el día de hoy; un viaje que comenzó con una madre y un jaguar.

La perspectiva de una madre

Yaguareté. “La bestia que mata de un solo salto”. Siempre me ha parecido que el origen del nombre del depredador icónico de América Latina es evocador, incluso poético, hasta el día en que imaginé a mis dos hijos, ambos menores de 5 años, como su presa.

Un jaguar había matado al perro de alguien en el pueblo vecino la noche anterior. Los incesantes ladridos dieron paso a un repentino grito, seguido de un silencio sobrenatural. A la mañana siguiente, me senté a la orilla de la Laguna de los Siete Colores cerca de mi casa en Bacalar, México. Mientras observaba a mis hijos jugar entre los manglares, no podía dejar de pensar en el peligro que representaba el gran felino para mi familia.

Unas semanas más tarde, mi "sentido arácnido" materno aún estaba latente cuando visité un proyecto de conservación de jaguares de WWF en la Reserva de la Biosfera de Calakmul (RBC), en México. El programa tiene como objetivo reducir el conflicto entre los grandes felinos y las comunidades locales, lo cual puede conducir al tráfico de dientes, garras y otras partes de los jaguares muertos. Con ese fin, estamos promoviendo un enfoque integrado de gestión de vida silvestre y humanos. Entre otras acciones, el proyecto contempla ayudar a los ganaderos a adquirir seguros para proteger al ganado perdido por ataques de jaguares e instalar cercas eléctricas que mantengan a raya a los jaguares y brinden suministro eléctrico a las comunidades.

El día que visité el proyecto, tuve la oportunidad de sentarme con uno de los ganaderos afuera de su casa en los límites de la RBC. Durante meses había luchado contra un jaguar que acechaba implacablemente a su ganado, pero esta tarde lo encontré sonriendo de oreja a oreja, después de que recientemente saliera victorioso gracias a la construcción de una cerca eléctrica de dos metros de altura.

Durante nuestra plática, su esposa merodeaba en silencio por las cercanías, saliendo de vez en cuando de la casa para rellenar nuestros vasos con limonada. Su rostro parecía arrugado por la preocupación, un detalle que, mirando hacia atrás, podría no haber notado si no fuera por mis propias y constantes preocupaciones. Le pregunté a la mujer del ranchero si algo le molestaba. Se desahogó conmigo. Contar con una valla para proteger al ganado estaba muy bien, dijo, pero era la seguridad de sus hijos lo que la mantenía despierta por las noches.

Su respuesta fue el reflejo de una realidad que varios estudios, incluido uno realizado por WWF en Calakmul, han encontrado: las mujeres tienen una menor tolerancia a convivir con depredadores, en este caso particular, jaguares, que sus contrapartes masculinas. Es una realidad que también se refleja en el comercio ilegal de vida silvestre, donde es mucho más probable que los hombres se involucren como delincuentes, consumidores o protectores. Pero quería entender por qué.

Así que me alegré cuando WWF, motivado por estas mismas preocupaciones, comisionó un estudio para profundizar más en el tema. Esto es lo que el estudio reveló.

Los cazadores

La caza furtiva es casi exclusivamente una actividad masculina. En parte, la razón se debe a una función de las disparidades económicas entre los géneros. Consideremos el hecho de que entre el 25 y el 30% de las niñas en América Latina y el Caribe están casadas o en unión permanente desde los 15 años de edad, y entre el 5 y el 8% se casa a una edad aún más temprana. Tales arreglos profundizan la dependencia económica de las niñas y las mujeres. Esto, a su vez, presiona a los hombres para que se dediquen a la caza furtiva como una forma de suplir la falta de ingresos de su pareja.

La necesidad de mantener a sus familias no es el único factor que atrae a los hombres a la caza furtiva. Las actitudes culturales sobre el género también llevan a más hombres a participar en el comercio ilegal de vida silvestre. En algunos casos, se manifiesta como "vergüenza por la masculinidad": la intensa presión para ser un "hombre de verdad" al participar en actividades, como la caza, que la sociedad ha considerado actividades varoniles. En otros casos, tales actividades fomentan un sentido de pertenencia, una comunidad de intereses y valores compartidos.

Los traficantes

Si bien la caza furtiva es principalmente competencia de los hombres, el transporte y la venta ilegales de vida silvestre y productos derivados involucran, en gran parte, a las mujeres, particularmente a nivel local, donde el tráfico es a menudo un asunto familiar.

En su investigación sobre la pesca ilegal de pepinos de mar en la península de Yucatán, México, Carmen Pedroza-Gutiérrez y Jorge López-Rocha descubrieron que el procesamiento de las cosechas mal habidas de los hombres a menudo lo realizan mujeres que reciben salarios bajos y están completamente excluidas de la toma de decisiones. En algunos casos, esas mujeres son gavioteras que esperan en los muelles a que regresen las lanchas y se ofrecen a limpiar las embarcaciones, cuantificar la captura o, en algunos casos, brindan servicios sexuales a cambio de pepinos de mar.

Eso puede sonar impactante para algunos, pero la trágica realidad es que la violencia sexual, la prostitución y la coerción son muy comunes en el tráfico de vida silvestre. Según una encuesta de Transparencia Internacional de 2019, una de cada cinco personas en América Latina había experimentado “sextorsión”, el abuso de poder a cambio de favores sexuales, o conocía a alguien que lo había hecho. Esas estadísticas reflejan las experiencias de las mujeres en el comercio ilegal de vida silvestre en toda América Latina y en todo el mundo, desde transacciones de sexo por pescado en África Oriental hasta relatos de violaciones por parte de madereros ilegales en Madagascar.

Los consumidores

El género puede influir en las elecciones de los consumidores en el comercio ilegal de vida silvestre, al igual que ocurre con los productos y servicios legales. Mientras que los hombres compran productos como huevos de tortugas marinas en peligro de extinción para mejorar su virilidad y destreza sexual, y se visten con garras y colmillos de animales salvajes para mostrar su valentía, las mujeres compran productos para realzar su belleza o estatus social.

Consideremos el ejemplo de la totoaba, un enorme pez que se encuentra en el Golfo de California, en Baja California, México. La vejiga natatoria de la totoaba es codiciada por su supuesto valor para el embellecimiento y para uso medicinal en las mujeres embarazadas, alcanzando precios tan altos que se ha ganado el apodo de "la cocaína del mar". La demanda estratosférica de la vejiga natatoria de la totoaba ha convertido a este gran pez en una especie en peligro crítico de extinción y ha llevado a la vaquita (una especie de marsopa) al borde de la extinción porque a menudo se enreda en las redes destinadas a la totoaba.

Los protectores

La vaquita es probablemente el ejemplo más crítico. Pero hay una infinidad de otras especies que el comercio ilegal de vida silvestre está llevando rápidamente a la extinción. Afortunadamente, hay personas que se levantan todas las mañanas con el compromiso de detener a los cazadores furtivos y los traficantes. Sin embargo la mayoría de las personas involucradas en la lucha contra la caza furtiva son hombres. De hecho, en promedio mundial, las mujeres representan solo entre el 3 y el 11% de la fuerza laboral de los guardaparques.

Hay excepciones notables a esta regla que hacen hincapié en el valor de un enfoque más equilibrado en cuanto al género. En el sur de Nicaragua, por ejemplo, las mujeres se han unido para patrullar las playas y proteger los huevos de tortugas marinas del robo. Estas mujeres involucran a los cazadores furtivos con atractivos personales e incentivos económicos. Y están teniendo un impacto medible: según la organización Paso Pacífico, los cazadores furtivos de huevos de tortuga logran saquear solo uno de cada diez nidos en las playas que patrullan las mujeres, en comparación con cuatro de cada diez nidos en las playas vigiladas por el gobierno.

Los tomadores de decisiones

Pero no es solo en las filas de la aplicación de la ley contra la caza furtiva donde las mujeres están ausentes. En promedio, los hombres también dominan los cuerpos legislativos responsables de crear las políticas contra el tráfico de vida silvestre, los campos de investigación más destacados como la silvicultura y la biología de la vida silvestre, así como las posiciones de liderazgo en las organizaciones de conservación y desarrollo.

Hay una serie de razones para esto. En muchos casos, el acoso y la exclusión generalizados, a menudo con impunidad, disuaden a las mujeres de buscar empleo en algunas instituciones. Las prioridades de los donantes también refuerzan los elementos más masculinos del trabajo: la gran mayoría del financiamiento mundial para los esfuerzos contra el comercio ilegal de vida silvestre se ha destinado históricamente a la aplicación de la ley contra la caza furtiva. De hecho, de los 1,300 millones de dólares asignados a nivel mundial entre 2010 y 2016, solo el 6% se destinó a actividades de comunicación y sensibilización.

La falta de mujeres se refuerza a sí misma: cuantas menos mujeres hay en un entorno, profesional o no, más incómodo es estar entre las pocas (o las primeras). Y cuantas menos mujeres haya en un entorno determinado, menos probable será que la gente piense que “debería” estar allí.

La agenda de igualdad de género a nivel internacional es una poderosa herramienta para crear reglas de juego más equitativas, que los estudios muestran que es crucial para erradicar la pobreza, poner fin a la degradación ambiental y muchos otros objetivos globales de desarrollo y conservación. Las Naciones Unidas y todos sus órganos integrantes ya operan con mandatos de igualdad de género, al igual que el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB, por sus siglas en inglés). CITES, la convención mundial para regular o prohibir el comercio internacional de especies en peligro de extinción, no lo hace.

Poner el género en la agenda

En febrero de 2022 viajé a Cartagena, Colombia, para dar una presentación sobre este mismo tema. Más tarde esa noche, terminé charlando durante la cena con la viceministra de Panamá, Diana Laguna, quien resultó ser una apasionada en la aplicación de la perspectiva de género a la agenda mundial contra el tráfico de vida silvestre.

Se convirtió en la defensora de la propuesta de una nueva resolución sobre igualdad de género presentada en la conferencia de CITES en noviembre de 2022. La resolución final propuesta en CITES se basó en parte en el estudio comisionado por WWF sobre género en el comercio ilegal de vida silvestre.

En los primeros días de la conferencia, la propuesta se topó ante una fuerte resistencia por parte de algunos representantes, cuyas preocupaciones giraban principalmente en torno al desacuerdo sobre la definición de género. Sin embargo, al final, todo ese tira y afloja resultó en un documento más ambicioso.

El veredicto final llegó la tarde del 22 de noviembre. La votación apareció en esa enorme pantalla, mostrando que la resolución había sido aprobada por un margen de 73-29. En ese momento triunfal, recordé a la esposa del ranchero mexicano, quien ocultaba en silencio sus temores sobre el jaguar.

Lo habíamos hecho por ella, por mí, por todas las mujeres y niñas cuyas voces necesitaban ser escuchadas en este tema crítico. Y lo habíamos hecho por todos los hombres y niños que arriesgan sus vidas todos los días, como guardaparques y cazadores furtivos por igual.

Desde la aprobación de la resolución de CITES sobre género, WWF se ha centrado en apoyar los esfuerzos de los países para cumplir con sus requisitos. WWF está dispuesto a brindar asistencia financiera y técnica a la secretaría de CITES para la elaboración de un Plan de Acción de Género más concreto.

El progreso es gradual. Viene en pasos, poco a poco. No somos el yaguareté, la fiera que mata de un solo brinco. Sin embargo, estoy más optimista que nunca de que finalmente nos estamos acercando a nuestro objetivo final: un futuro en el que prosperen tanto las personas como la naturaleza.

Renata Cao comenzó su carrera en gestión de áreas protegidas, desarrollo comunitario y medios de vida sostenibles. Hoy se desempeña como Coordinadora del Centro para Combatir los Delitos contra la Vida Silvestre de América Latina y el Caribe para WWF, donde su trabajo se centra en la coordinación de actividades que abordan el comercio ilegal de vida silvestre y la creación de alianzas para contrarrestar los delitos contra la vida silvestre en América Latina.